Diario de Eugenio Robles 3: La Bodega de la Bestia

La Bodega de la Bestia

 3 de septiembre de 2023



Mendoza. Tierra de sol, viñedos interminables y ahora, según los rumores locales, hogar de una bestia que acecha en la oscuridad. El lobizón, como lo llaman, ha sido avistado en los alrededores de una bodega remota, enclavada entre montañas que parecen devorar la luz del día antes de tiempo. Llegué aquí con la intención de desmontar otro mito, de ofrecerle a la gente una explicación lógica para sus miedos. Pero, mientras camino entre las sombras de estos viñedos abandonados, siento que la lógica se escapa como arena entre los dedos.

La bodega en cuestión es un lugar que parece haber quedado congelado en el tiempo. Las barricas de vino, cubiertas de polvo y telarañas, aún emiten un leve aroma a malbec, pero no hay rastro de actividad humana. Todo lo que queda es un eco sordo y la sensación persistente de que no estoy solo.

La gente del pueblo habla de aullidos que cortan el silencio de la noche, de sombras que se mueven entre las hileras de vides, y de un par de ojos amarillos que vigilan desde la distancia. Dos jornaleros han desaparecido en el último mes, y los lugareños están convencidos de que el lobizón es el responsable.

Hoy, entrevisté a Don Ramiro, el capataz que trabajó aquí durante más de tres décadas. Su rostro curtido por el sol y los años apenas se movió mientras describía la noche que lo hizo abandonar la bodega.

—Eran cerca de las dos de la madrugada —me dijo, con la mirada perdida en el café humeante—. Estaba revisando las barricas cuando escuché un ruido, como si alguien raspara la madera con garras. Me di la vuelta, y ahí estaba. No era un hombre, tampoco un animal. Era... algo en medio.

Don Ramiro no se queda a responder más preguntas. Se levanta, deja un billete en la mesa y se marcha, como si al hacerlo pudiera dejar atrás la memoria de esa noche.

He pasado tres noches en esta bodega, armado solo con una linterna, una grabadora y mi instinto. En cada ocasión, el ambiente se vuelve más pesado, como si la misma montaña respirara sobre mí. Anoche, capté algo que podría describirse como un gruñido bajo, seguido de un sonido de pasos pesados en el piso superior. Subí, pero solo encontré un viejo escritorio y un espejo agrietado. Sin embargo, esta vez, la sensación de ser observado era casi tangible.

Mi investigación me llevó a archivos olvidados en la biblioteca local. Allí, encontré una referencia a una "epidemia" de avistamientos similares en la región durante la década de 1930. Curiosamente, cada episodio terminó abruptamente, sin dejar rastro de la criatura ni de los investigadores que llegaron para estudiarla.

Hoy, la bodega está vacía. Pero no de la manera habitual. Los barriles han sido movidos, algunas paredes muestran marcas recientes, como si algo —o alguien— hubiese estado buscando algo. Y la montaña está inquietantemente tranquila.

Una patrulla de gendarmería vino esta mañana, liderada por un hombre que se presentó como funcionario del gobierno. No llevaba uniforme oficial, pero hablaba con autoridad. Declararon la bodega como "zona restringida" debido a un supuesto deslizamiento de tierra inminente. No pude evitar notar que varios de los "gendarmes" llevaban equipo táctico avanzado, algo que no esperas ver en una operación rutinaria.

Horas después, todo terminó. Sin disparos, sin sirenas. Solo un silencio abrumador que cayó como un manto sobre el valle. La bodega ha sido sellada y el pueblo comienza a olvidar, o al menos a pretender que nunca pasó nada.

Pero yo sé que hay algo más. He estado en esta línea de trabajo el tiempo suficiente para reconocer los patrones: las desapariciones inexplicables, la intervención de fuerzas que operan en las sombras, y esa sensación inquebrantable de que el verdadero enemigo nunca muestra su rostro.

Escribo estas líneas con la certeza de que no tendré todas las respuestas. Pero algo quedó claro durante mi estancia aquí: hay fuerzas que operan más allá de nuestra comprensión, y hay personas —grupos, quizás— que se aseguran de mantenerlas contenidas. Lo que sea que acechaba en la bodega ya no está, pero las preguntas persisten.

Por ahora, dejo Mendoza. Mi camino sigue hacia el sur, donde me esperan más historias que desentrañar. Pero esta bodega y su bestia permanecerán conmigo, un recordatorio de que incluso en un mundo gobernado por la razón, siempre hay lugar para lo inexplicable.

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