Llegada a "La Casa del Reloj Roto"
20 de agosto de 2023
No creo en fantasmas. No creo en casas malditas. Lo que sí creo es en el poder de la sugestión y en la habilidad innata de los humanos para convertir cada crujido, cada sombra, en un demonio personal. Con eso en mente, tomé la libreta y el grabador y partí hacia La Plata.
Si bien este es mi primera entrada en este nuevo mundo
La casona de Amanda Estévez es un monumento a un tiempo que ya no existe. De techos altos, con la pintura desconchada y el aire rancio de las cosas olvidadas. A primera vista, no es más que una construcción vieja, una que seguramente necesita un arquitecto más que un ex reportero de policiales en busca de fantasmas. Amanda me esperaba en la puerta, con la expresión de alguien que ha visto más de lo que quiere admitir.
La casa tiene un reloj de pie, antiguo y macizo, en el centro de la sala. Amanda dice que se detuvo a las 3:15 AM, la misma hora en que su tío falleció. Como un buen caballero, asentí, dejándola hablar mientras mis ojos registraban cada rincón de la habitación. "Los relojes se detienen", le dije. "El tiempo sigue".
No esperaba mucho de esta investigación. Un poco de polvo, alguna historia para añadir color a mi nueva columna, y un vistazo al drama familiar. Sin embargo, la primera noche cambió las reglas del juego. Mientras revisaba antiguos recortes y papeles, el reloj, con su inmóvil carátula, pareció emitir un leve tic. Una vibración, sutil, casi un susurro. Miré la hora. 3:15 AM.
Por supuesto, no soy tan crédulo. Era una coincidencia, un ruido mecánico. Pero algo me mantuvo despierto el resto de la noche, escuchando los pasos que resonaban en el piso superior.
21 de agosto de 2023
Hoy he desenterrado un secreto que me lleva a cuestionar mi lógica. En la biblioteca, escondido entre libros que huelen a moho y desilusión, encontré un diario que perteneció al tío de Amanda. Las entradas eran crípticas: "El tiempo tiene su precio", "R. Montenegro vino hoy; el reloj cobró su deuda".
Leí en silencio, mi incredulidad tambaleándose. Las palabras, aunque vagas, parecían una confesión, una advertencia. Quise interrogar a Amanda sobre Montenegro, pero antes de que pudiera hacerlo, algo me detuvo. El reloj volvió a latir. Esta vez, no fue un tic tímido, sino un golpe sordo que resonó por toda la casa.
Cuando me acerqué, noté un compartimento oculto. Lo abrí con un cuchillo, revelando un medallón y un recibo firmado por el misterioso Montenegro. La habitación pareció enfriarse al instante, y entonces lo vi: el reloj marcaba de nuevo las 3:15 AM. Esta vez, sus manecillas giraban en sentido contrario.
Imágenes comenzaron a desfilar en su superficie, sombras de un hombre en agonía, y la última visión: un rostro que no podía ser otro que el tío de Amanda, deformado por el terror. Luego, todo se detuvo.
Cuando la calma volvió, guardé el medallón y el recibo. Algo me dice que este no es el final. Es solo el comienzo de un misterio que estoy decidido a resolver. ¿El reloj está maldito? ¿El tiempo puede ser manipulado? No lo sé, pero hay algo que empieza a calar en mi escepticismo.
No creo en fantasmas. Pero, tal vez, el tiempo no necesita que yo crea en él para seguir cobrándonos.


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