Diario de Eugenio Robles 7: La bodega y el lobizon

 La bodega y el lobizon

15 de septiembre de 2023



Mendoza otra vez. Las montañas me reciben con su usual majestuosidad, pero esta vez hay algo distinto en el aire. Un frío seco cala hasta los huesos, más intenso que el de mis visitas pasadas. No sé si es el clima o el peso de la incertidumbre lo que me envuelve, pero hay algo en estas tierras que nunca deja de inquietarme.

He vuelto por un lobizón. Sí, uno de esos cuentos que se susurran junto a las fogatas, pero que en los últimos tiempos parecen adquirir una textura más real, más palpable. La última vez que estuve aquí, a principios de septiembre, llegué tarde. Todo lo que encontré fueron rastros difusos: huellas que se desdibujaban entre las piedras y rumores de camionetas negras que parecían esfumarse con la misma facilidad con la que aparecían. Esta vez, estoy decidido a no ser solo un testigo de las sombras.

La bodega es una reliquia de otra época, con su estructura de ladrillos antiguos y grandes barricas alineadas como centinelas. La luna llena ilumina el paisaje, proyectando sombras alargadas sobre los viñedos. He hablado con algunos trabajadores. Sus ojos, cargados de miedo, me cuentan más de lo que sus palabras se atreven: "Algo anda rondando por las noches. No es un perro, señor. No es nada que conozcamos."

El reloj avanza con lentitud. Me oculto entre las filas de viñas, esperando. Y entonces lo veo.

A la distancia, una figura se desliza entre las sombras. Grande, imponente, con un andar que mezcla lo humano y lo animal. El lobizón. No sé si es el mismo que perseguí a principios de septiembre, pero la visión es suficiente para acelerar mi pulso y borrar cualquier atisbo de escepticismo que aún pudiera quedarme.

No hay tiempo para pensar. Empiezo a seguirlo, cuidando de no hacer ruido. El lobizón se mueve con agilidad, como si conociera cada rincón del terreno. Lo sigo hasta el borde de un claro, donde algo inesperado me detiene en seco.

Una camioneta negra, sin placas, espera con el motor encendido. Dos figuras, vestidas de negro y con movimientos precisos, emergen de las sombras y rodean a la criatura. No escucho gritos ni rugidos, solo un silencio pesado que parece absorber todo el sonido. En cuestión de segundos, el lobizón es reducido y cargado en la camioneta.

Intento acercarme, pero apenas doy un paso, las luces traseras de la camioneta se encienden, y el vehículo se aleja rápidamente por un camino polvoriento. Me quedo allí, mirando cómo las luces desaparecen en la distancia, llevándose consigo al lobizón.

Una vez más, llego tarde. O quizás, justo a tiempo para ver lo que no debería haber visto. Las camionetas negras, las figuras vestidas de negro, con precisión militar... No son casualidad. La organización que opera en las sombras estan tras las criaturas sobrenaturales y no es la primera vez que cruzan su camino con el mío.

El lobizón existe. Lo vi con mis propios ojos. Pero más allá de su existencia, la pregunta que me atormenta es: ¿quién está detrás de todo esto? ¿Qué quieren con estas criaturas? ¿Están protegiendo al mundo de ellas o protegiéndolas a ellas del mundo?

Al regresar a la bodega, los trabajadores me miran con la mezcla de miedo y esperanza que solo un testigo puede provocar. No les digo nada. ¿Qué podría decirles? Que su leyenda es real, pero que está siendo cazada por fuerzas que operan más allá de nuestra comprensión.

Me retiro al amanecer, con más preguntas que respuestas. Pero una cosa es segura: lo que vi esta noche cambiará el rumbo de mi investigación. Este no es un simple caso de folklore revivido. Hay una guerra silenciosa en curso, una que se libra en los márgenes de nuestra realidad. Y aunque nunca podré revelar todo lo que sé, seguiré documentando cada paso.

La verdad está allí, entre las sombras. Solo espero estar preparado cuando finalmente se revele.

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