Diario de Eugenio Robles 8: A orillas del lago

 A orillas del lago

28 de septiembre de 2023


El viento salado del Atlántico siempre me pareció una especie de purga. En cada bocanada de aire, es como si la naturaleza intentara despejar mis pensamientos, calmar la ansiedad que crece con cada caso que persigo. Pero esta vez, el paisaje no tiene ese efecto.

Estoy aquí tras los pasos de un camahueto, un ser que, según las leyendas mapuches, vive entre los límites de lo natural y lo imposible. Un ciervo marino con un cuerno espiralado, criatura de los mitos que conecta el agua dulce de los lagos con la vastedad del océano. Los rumores dicen que ha sido visto cerca de un lago a pocos kilómetros de la costa, en un último intento por regresar al mar.

La caminata hasta el lago fue larga, casi meditativa. Cada crujido de las ramas bajo mis pies me hacía sentir más cerca de la verdad. Pero al llegar, lo que encontré fue un escenario de violencia reciente.

El agua estaba turbia, manchada con un lodo espeso. En la orilla, se veían claras huellas de pezuñas, grandes, profundas. No había duda: el camahueto había estado aquí. Pero no estuvo solo.

Las marcas en la tierra eran inequívocas, como las de botas militares. También encontré rastros de lucha: ramas rotas, rocas desplazadas, un trozo de tela negra enganchado en un arbusto. Había una extraña quietud, una ausencia de vida. Ni siquiera el viento parecía querer acercarse demasiado al lago después de lo que había sucedido.

No vi al camahueto. Ni siquiera llegué a vislumbrar su cuerno o escuchar el sonido característico que, según los relatos, hace al moverse por el agua. Todo lo que presencié fueron las sombras de una historia que se repite: la organización, los hombres de negro, siempre un paso adelante.

Ellos llegaron antes que yo. Reducieron a la criatura, como lo han hecho con tantas otras, y se la llevaron. ¿A dónde? Esa es la pregunta que me sigue atormentando. ¿Qué hacen con estos seres? ¿Los estudian? ¿Los encierran? ¿O acaso los eliminan para preservar un equilibrio que solo ellos comprenden?

En la orilla, recogí un trozo de madera astillada. Tenía grabados símbolos que no reconocí, como si fuera parte de algún antiguo ritual. La guardé en mi mochila, un recordatorio más de cuán poco sabemos realmente de lo que sucede en las fronteras de nuestro mundo.

De vuelta en la ciudad, la frustración me pesa más que la fatiga. Esta no es la primera vez que llego tarde, pero cada vez se siente como una derrota más personal. No se trata solo de perseguir leyendas; es una carrera contra el tiempo y contra fuerzas que tienen recursos y conocimientos que superan los míos.

Mientras reviso mis notas en un pequeño café frente al mar, recibo un mensaje de Magnus Eriksen, el coleccionista noruego obsesionado con la cultura élfica. Dice que tiene novedades sobre el libro que dejé en manos de Adabel, la bibliotecaria presidencial. Su tono es urgente, casi excitado. Me pide que regrese a Buenos Aires lo antes posible.

Este viaje a Chubut fue un recordatorio doloroso de que mi papel, muchas veces, es el de un observador. No puedo detenerlos, ni tampoco entender completamente lo que hacen. Pero puedo documentarlo.

Mañana partiré de regreso a Buenos Aires. Magnus me espera, y tal vez esta vez, en lugar de rastros o huellas, encuentre respuestas.

Comentarios

Acólitos