Diario de Eugenio Robles 10: El rastro del tren

 El rastro del tren

11 de octubre de 2023


El norte argentino tiene un encanto que mezcla lo sublime con lo inhóspito. Montañas que parecen eternas y pueblos que se desvanecen con el viento. Mi último destino fue un paraje olvidado entre Salta y Jujuy, un lugar al que ni siquiera los mapas modernos se molestan en nombrar.

Todo comenzó con un rumor que llegó a mis oídos por una fuente confiable: un tren fantasma que solo aparece bajo la luz de la luna llena. Según los lugareños, recorre una vieja vía abandonada desde hace más de medio siglo, y su llegada siempre trae consigo un aire pesado.

Llegué al pueblo al anochecer, un caserío desolado donde las puertas permanecen cerradas incluso a pleno sol. Las ventanas, cubiertas con cortinas gruesas, no dejaban lugar a la curiosidad. Me encontré con un anciano en la única cantina que aún funcionaba. Me habló con desconfianza, como si mis preguntas fueran el preludio de una desgracia.

“Ese tren no lleva pasajeros, pero tampoco viaja vacío,” murmuró, antes de dar por terminada nuestra conversación con un movimiento brusco de la mano.

Al caer la noche, caminé por lo que quedaba de las vías. La vegetación se había adueñado de gran parte del camino, pero aquí y allá encontré señales de reciente actividad: tablones astillados, marcas en el suelo como si algo pesado hubiese pasado por allí.

El pueblo estaba lleno de huellas de un pasado que no quería ser recordado. Un cartel oxidado indicaba que alguna vez hubo una estación, ahora consumida por el tiempo. Dentro, el silencio era absoluto, interrumpido solo por el eco de mis pasos sobre las baldosas rotas. En una de las habitaciones, descubrí viejos papeles, horarios de trenes que databan de los años 30.

Esa noche de luna llena esperé. Y esperé. Pero el tren nunca apareció.

Mientras aguardaba, noté algo que me puso en alerta: luces en la distancia, más allá de las montañas, donde no debería haber nada. No eran los faroles de un tren antiguo ni el resplandor de un asentamiento humano. Eran luces artificiales, organizadas, moviéndose como si estuvieran buscando algo.

No es la primera vez que me cruzo con estos destellos. Sé bien quiénes son, la última vez que los vi, un elfo desapareció de su refugio en las montañas. Ahora, parece que están detrás del tren.

Frustrado, regresé al pueblo al amanecer. Los habitantes seguían con su rutina de silencio. Nadie quería hablar del tren ni de las luces. Era como si su presencia fuera un mal necesario, una herida que preferían dejar sin tocar. Entonces lo ví un hombre alto y delgado se acercó a los lugareños, su traje impecable contrastaba con la humilde ropa de la gente del lugar. Repartio tarjetas y se fue en un automovil sin placas. Conseguí una de esas tarjetas habia un numero de telefeno de un lado y del otro en fondo negro con letras doradas Rosas, Montenegro & Barros.

Ahora, en mi departamento, miro las pocas notas que logré reunir. El tren fantasma sigue siendo un misterio, y la organización que se mueve en las sombras parece estar siempre un paso adelante. El estudio de abogados con nombre compuesto parece ser que trabaja con ellos. No sé qué buscan, pero una cosa es segura: su presencia altera el equilibrio natural de estos fenómenos.

No es el final que esperaba, pero en este trabajo, uno debe aprender a vivir con las piezas sueltas. La próxima luna llena llegará pronto, y con ella, tal vez, otra oportunidad para entender lo que realmente ocurre en esos rincones olvidados del país. Por ahora, solo queda esperar.

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