Rompiendo el silencio
22 de noviembre de 2023
La casona Caramaso en Córdoba, se alza como un cadáver arquitectónico, su fachada una mezcla de elegancia y decadencia. Los rumores sobre la Dama me habían traído hasta aquí, una figura etérea que, según los lugareños, aparecía por las noches, caminando entre las ruinas como si el tiempo no hubiera pasado.Llegué al anochecer, la luna llena bañando las paredes desmoronadas con una luz espectral. No había puertas que tocar; el acceso había sido sellado hace años. Pero las ventanas aún ofrecían una invitación para quienes saben cómo aceptar una.
Me deslicé dentro, el crujido de los tablones viejos bajo mis pies rompiendo el silencio. El aire estaba cargado, como si la casa misma respirara a un ritmo lento y pausado. El polvo cubría todo, excepto un sillón en el centro de lo que debió ser una sala de estar. Por alguna razón, estaba limpio, como si alguien lo hubiera usado recientemente.
No planeaba quedarme mucho tiempo. Pero la fatiga es un enemigo silencioso, y, como un novato, me dejé caer en ese sillón, mis ojos pesados y mi cuerpo cansado tras un muy mal viaje en ómnibus. El murmullo del viento colándose por las grietas de la casona pronto se convirtió en un arrullo. Cerré los ojos.
No sé cuánto tiempo pasó antes de que despertara, pero lo que vi me dejó paralizado. La Dama estaba allí.Era tal como la describían: alta, de porte elegante, con un vestido que parecía flotar sobre el suelo. Su cabello ondulado recogido en un rodete, y sus manos se movían con gracia mientras encendía lámparas de aceite inexistentes. Una por una, las llamas imaginarias iluminaban la habitación, revelando un espacio que solo existía en su memoria.
Después, comenzó a ordenar sillas invisibles, colocándolas alrededor de una mesa que ya no estaba allí. Sus manos tocaban el lomo de libros que solo ella podía ver, como si repasara títulos conocidos. Era un acto de rutina, un eco de una vida que ya no le pertenecía.Me quedé quieto, mi corazón latiendo con fuerza, pero mi cuerpo incapaz de moverse. ¿Qué se dice en un momento así? ¿Se grita? ¿Se huye? Pero yo no soy de los que corren.
Tomé aire y, con la voz quebrada por el miedo y la emoción, murmuré:
—Hola.
La Dama se detuvo, su figura congelada en medio de una acción. Lentamente, giró su rostro hacia mí. Sus ojos, terriblemente vivos y verdes, se posaron en los míos.
—¿Quién eres? —pregunté, mi voz apenas audible.
Ella no respondió. Solo me observó, y en ese momento, sentí una oleada de tristeza que casi me derriba. Era como si toda la melancolía de la casa hubiera encontrado un canal en su mirada.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, ella de pie y yo sentado, compartiendo un espacio que era tanto físico como espiritual. Finalmente, dio un paso hacia mí, y aunque cada instinto en mi cuerpo me pedía que retrocediera, me mantuve firme.
La historia de la Dama de la casona Caramaso no terminó esa noche, pero fue el comienzo de algo más. Una conexión, tal vez. O una oportunidad para comprender un poco más del velo que separa nuestro mundo del otro.
Y así, con más preguntas que respuestas, mi viaje continúa.




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