Una conversación inesperada
23 de noviembre 2023
Cuando finalmente rompió el silencio, lo hizo con una voz delicada, apenas un susurro, pero cargada de curiosidad.—Oh… No sois como los demás que han osado cruzar este umbral —dijo con frunciendo levemente el ceño. Sus palabras flotaban en el aire, tan etéreas como su presencia.
Me incliné ligeramente hacia adelante, aún sentado en el sillón. Mis nervios comenzaban a calmarse, reemplazados por un interés genuino.
—¿Otros? ¿Quiénes?
—Los curiosos. Los entrometidos. Aquellos que llegan con ojos ávidos, recorren estas salas con pasos temblorosos y, al menor susurro, huyen despavoridos. Mas vos… vos os habéis detenido.
Asentí lentamente. Se acercó con lentitud.
—Soy periodista. Creo que mí curiosidad puede más que mí sentido común.
Ella sonrió, un gesto pequeño pero suficiente para iluminar su rostro juvenil.
—Ah, la curiosidad… Un filo de doble cara. Puede llevar a los hombres a grandes hallazgos o a su más profunda ruina. Decidme, caballero, ¿qué esperanza albergáis al venir aquí?
Me tomé un momento antes de responder. Había algo en su presencia, una mezcla de inocencia y sabiduría, que me desconcertaba.
—Supongo que quería saber quién eres. O quién fuiste.
Sus ojos se iluminaron brevemente, como si esa pregunta le recordara algo olvidado.
—Soy Alondra Caramaso. Contaba con apenas quince primaveras cuando… —hizo una pausa, su mirada perdiéndose en la penumbra de la estancia— cuando todo cambió.
Su voz tembló ligeramente, pero se recompuso rápidamente. Como si recordara algo puso sus brazos en jarra, levantó su mentón y me miró con altivez.—Señor periodista, temo que vuestra educación deja mucho que desear. No es propio de un caballero dirigirse a una dama sin antes haberse presentado debidamente.
—Mis mas sinceras disculpas, soy Eugenio Robles. Viajo por el país buscando contar lo inexplicable.
Alondra se sentó en una silla invisible frente a mí, con una postura recta, sus manos cruzadas sobre su regazo, por un momento me sentí en Orgullo y Prejuicio.—Qué existencia tan emocionante debe de ser la vuestra, señor Robles. Decidme, ¿qué habéis hallado en vuestro periplo?
Le hablé de mis viajes, de las criaturas que había perseguido y los lugares que había explorado. No mencioné a la organización, por supuesto: el camahueto en Chubut, el tren fantasma que nunca apareció y el Lobizon en Mendoza. Cuando le mostre el simbolo que encontré en el establo del unicornio sus dedos se estiraron hasta tocarlo. No quice indagar más, al menos no esa noche, debia ganarme su confianza primero.
Continue con la historia de la casa del reloj roto para terminar hablando del Huitranalhue en Rio Negro. Alondra escuchaba con atención, sus ojos brillando con cada palabra. Por poco olvido su piel translúcida y me siento cómodo hablando con una joven que le interesan mis historias.
—Qué fascinante… Pero decidme, ¿nunca os habéis sentido presa del temor? —preguntó.
Me reí suavemente.
—El miedo es parte del trabajo. Pero también es lo que me mantiene alerta. ¿Y tú? ¿Nunca te sentiste sola aquí?
Su expresión se suavizó, y por un momento, la sombra de la tristeza volvió a su rostro.
—Al principio, sí… mas con el tiempo aprendí a aceptar mi destino. Esta casa es mi mundo, y sus muros atesoran los recuerdos de lo que fue. A vuestros ojos, todo luce desolado, pero yo… yo aún contemplo la Casona en su esplendor. Puedo recorrer la biblioteca y tomar los libros que ahora solo existen en mi memoria, posar mis manos sobre los muebles que fueron retirados hace décadas. Aun en el olvido, todo persiste.
Nuestra conversación continuó durante lo que parecieron horas. Hablamos de las fiestas que una vez llenaron esas mismas habitaciones y de los adolescentes que trataban de pasar la noche dentro.— Me temo que nuestra plática deberá continuar en otra ocasión. Decidme, señor Robles, ¿qué haréis a partir de ahora? —preguntó finalmente.
Miré alrededor de la habitación, consciente de que nuestro encuentro había llegado a un punto de inflexión.
—Seguiré buscando. Hay demasiadas historias aún por contar.
Alondra asintió, como si entendiera perfectamente.
—Entonces, mi estimado señor Robles, os deseo fortuna en vuestra empresa. Si el destino lo permite, tal vez volvamos a cruzar palabras en otra ocasión.Cuando me levanté para irme, Alondra se despidió con una última sonrisa. Su figura comenzó a desvanecerse lentamente, con la niebla al amanecer.
Salí de la casona con más preguntas que respuestas, pero con la certeza de que esta vez no había sido en vano.




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