Diario de Eugenio Robles 21: La bestia de La Pampa

 La bestia de La Pampa

5 de diciembre de 2023


La Pampa es un mar de tierra que se extiende sin fin. Aquí, el horizonte parece un pacto entre el cielo y el suelo, y cada amanecer es una promesa de sol implacable. He llegado siguiendo los rumores de un toro descomunal que rompe alambrados como si fueran hilos de papel. Los lugareños le llaman El Negro de los Tres Días. Su aparición, dicen, marca los últimos días de cada mes, dejando un rastro de destrucción que las palabras apenas alcanzan a describir.

Las primeras noches fueron en vano. Vigilé desde una vieja camioneta en las afueras de un establecimiento abandonado. Todo lo que oía era el crujir del viento entre los pastizales y el ocasional aullido de algún perro lejano. Pero anoche, en el límite entre la paciencia y la desesperación, lo vi.

No hay palabras para prepararse ante la magnitud de algo que no pertenece a este mundo. El Negro emergió de la oscuridad con un estruendo que parecía retumbar desde el centro de la tierra. Su piel era negra como la noche, pero con un brillo extraño, casi metálico. Los ojos, rojos como brasas, me buscaron, y por un instante, pensé que mi final estaba cerca.

El monstruo embistió un alambrado cercano, enviando postes de madera volando como si fueran hojas al viento. Lo seguí, más cerca de lo que mi instinto de supervivencia permitía. Pisadas enormes aplastaban la hierba, y cada paso resonaba como un trueno.

Entonces, ocurrió lo inexplicable. Un destello de luz blanca, cegador, envolvió a El Negro. Cuando parpadeé para aclarar mi visión, la criatura ya no estaba. Todo había quedado en silencio, como si la tierra misma contuviera el aliento. Caminé hacia el lugar exacto donde se desvaneció, y ahí fue cuando la vi.

Una bala. Solitaria, brillante bajo la luz de la luna. No había armas a la vista, ni señales de lucha. Solo ese objeto metálico, frío al tacto, como un testigo silencioso de algo que no alcanzo a comprender del todo.

Me agaché para recogerla, sintiendo cómo la piel de la nuca se erizaba. Miré a mi alrededor, en busca de cualquier otra señal, pero la noche volvió a ser solo eso: un manto de sombras y misterio.

El viento sopló con más fuerza, llevándose consigo el polvo y los rastros del monstruo. Metí la bala en el bolsillo de mi abrigo y emprendí el camino de regreso. La Pampa había decidido guardar sus secretos y hoy un poco más sabio decidí que estaba bien con ello.

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