Diario de Eugenio Robles 28: El Eco de lo Irrecuperable

 El eco de lo irrecuperable

24 de diciembre de 2023


La botella de whisky reposaba sobre la mesa de madera, a medio vaciar. No era un gran licor, pero servía su propósito: apagar las voces que insistían en recordarme lo que ya no tenía.

La luz del velador proyectaba sombras largas sobre las paredes, llenando el departamento de un resplandor cálido y melancólico. Me hundí en el sillón, la mirada fija en el techo, y dejé que los recuerdos se apoderaran de mí.

Yo solía reirme de los intentos de Jimena por mejorar nuestra rutina. Siempre buscaba la manera de hacer que nuestras vidas fueran más simples, más cómodas. Aquel día en el supermercado, ella estaba indecisa entre dos marcas de café. Yo, con mi pragmatismo habitual, le sugerí que lleváramos el más barato.

— Probaremos ambos —dijo, sonriendo mientras depositaba las dos cajas en el carrito. — Eres un caso perdido, Robles — Arqueo una ceja con una media sonrisa.

—O un hombre muy práctico. Depende de cómo lo mires —repliqué, haciéndome el importante.

Ella rió. Esa risa... esa risa, era suficiente para iluminar incluso el rincón más oscuro de mi alma. Sentí una punzada en algún lugar dificil de precisar.

Pensé, sin embargo, que podría quedarme en ese momento para siempre, atrapado entre los pasillos iluminados con luz fria y la voz de Jimena flotando en el aire.

Pero los recuerdos son crueles. Te envuelven en su calidez solo para dejarte caer en el frío de la realidad.

Abrí los ojos y lo primero que vi fue mi reflejo en la ventana... un hombre agotado y solitario. Maldita sea. Le lancé a ese hombre lo que quedaba de mi whisky.

El apartamento estaba en silencio. Jimena no estaba. No volvería a estar.

No tiene que ser así, pensé, y mi mirada se dirigió al rincón donde el "Legado de Caramaso" descansaba, envuelto en su cubierta oscura y desgastada. El cuaderno del mago de la corte española... Marco Caramaso.

Lo había leído varias veces desde que lo encontré, pero hasta ahora me había limitado a estudiarlo como un físico nuclear lee un libro de repostería para bodas. Le encuentra sentido pero sabe que no es capaz de hacer una torta de bodas. 

Esta vez, sin embargo, una idea me sedujo como un canto lejano: ¿y si pudiera traerla de vuelta? Que tendría que perder. El reflejo me devolvió la mirada con la determinación propia de un demente.

Tomé el libro con manos temblorosas, pasando las páginas hasta encontrar el capítulo que detallaba los rituales de comunión. Había advertencias... muchas, sobre los riesgos de intentar contactar con los muertos. Pero mi dolor, hoy, era más fuerte que cualquier advertencia.

Saqué mi alianza del bolsillo. Quite la alfombra de mi estudio, borre el círculo de protección del Chaco. Con un trozo de tiza, tracé un nuevo círculo en el suelo, siguiendo las instrucciones del libro. Dibujé cuidadosamente las runas, la tiza pezaba más que nunca, como si quisiera que me detuviera.

Encendí una vela y la coloqué en el lugar indicado. Las palabras en latín fluyeron de mis labios... un murmullo desesperado que apenas reconocí como mi propia voz.

El aire en la habitación se volvió pesado, cargado de electricidad. Sentí un hormigueo en la piel. Las ventanas se cerraron de un golpe. Un viento proveniente de ninguna parte empezó a hacer volar piezas de papel suelto a mi alrededor, sentí el poder recorrer mi cuerpo, lo iba a conseguir.

Entonces la vi.

No era Jimena.

Alondra Caramaso apareció frente a mí. Mi amiga fantasma. La chica que no pude salvar.

Su figura casi translúcida envuelta en un tenue resplandor. Sus ojos... profundos y llenos de pena por mí, me miraron con una mezcla de compasión y tristeza.

No necesitaba decir nada; su presencia hablaba más que cualquier palabra. La sabiduría adquirida en 150 años de soledad encerrada en esa casa.

No podéis jugar con lo que yace más allá del velo de la muerte, señor Robles—sus labios me lo dijeron sin emitir sonido.

El peso de lo que había intentado hacer me golpeó como un puño.

Cerré los ojos, dejando que las lágrimas corrieran por mi rostro.

Sabía que estaba intentando llenar un vacío que nunca podría ser llenado, que mi búsqueda de respuestas y consuelo me estaba llevando por un camino oscuro. Creí sentir el abrazo de Alondra, mientras me acurrucaba en el suelo.

Esta claro que mi imaginación buscaba consolarme de alguna manera.

Cuando volví a abrir los ojos, Alondra se había desvanecido, llevándose consigo la pesada atmósfera que había llenado la habitación.

La vela se apagó y el círculo de invocación quedó como un trazo inútil de tiza sobre el piso de madera. No se porque el soló verlo me hizo llorar nuevamente.

Me levanté, sintiendo el peso de mi error. Guardé el "Legado de Caramaso" en su lugar, con la firme decisión de no abrirlo de nuevo por el momento.

Las respuestas que buscaba no estaban allí, ni en ningún libro. Jimena se había ido, y yo tenía que encontrar una manera de vivir con eso.

Mientras limpiaba los restos del ritual, una frase resonó en mi mente: algunas puertas están cerradas por una razón.

Me fui a dormir un par de días a la casa de un amigo, Marcelo me recibió con las puertas abiertas.

 — Feliz navidad Eugenito, feliz navidad  —


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