Una siesta reparadora
25 de enero de 2024
Primero lo atribuí al cansancio. Diecisiete días en la montaña te hacen ver cosas, distorsionar la realidad. Me duché, dejé que el agua caliente se llevara la tierra y el peso del viaje. Luego dormí como no lo hacía en años, doce horas enteras, sin sueños, sin interrupciones.
Cuando desperté, el hambre fue lo primero en atacar. Fui directo a la heladera, esperando encontrar un desastre de olores y productos vencidos. Pero no. Estaba casi vacía, con lo esencial intacto. Le pasé el dedo al borde, esperando el rastro de polvo que debería haber acumulado, pero nada. Estaba limpia. Inmaculada.
El orden se extendía por todo el departamento. La cocina estaba impecable; incluso los cuchillos estaban colocados simétricamente en el soporte. En el living, los libros apilados con una precisión que nunca tuve. Mi ropa, doblada y guardada en el estudio. Un aire de limpieza impregnaba cada rincón. Pero entonces, al entrar en mi habitación, el hechizo se rompió.Todo estaba tal como lo dejé: la cama deshecha, las medias olvidadas en el rincón, el polvo acumulado en la mesa de luz. Mi caos personal permanecía intacto, como un testigo silencioso de mi partida.Sentí un escalofrío. Esto no era casualidad. Alguien estuvo aquí.
No sé cómo lo hicieron ni por qué dejaron la habitación fuera del proceso, pero lo sé. He cambiado las cerraduras y añadido un cerrojo más, como si eso pudiera disuadir a quien sea que haya entrado.
Y ahora, mientras escribo, pienso en Operación Nocturna y en lo que esa organización protege. ¿Es esto una advertencia? ¿Una mano amiga?
Quizás no estoy tan solo como pensaba.



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