Tras la dama blanca
2 de febrero de 2024
—¿Qué querés? ¿Chantaje? ¿Dinero? ¿¿QUÉ?! —espetó con la voz de alguien que ha cargado con secretos demasiado tiempo.
No tenía miedo, pero confieso que su reacción me descolocó. Decidí ir con la verdad, a medias. "Periodista", le dije, con la expresión más neutral que pude.
Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro. Me soltó el brazo con un desdén que casi me hizo perder el equilibrio.
—¿Periodista? —repitió, como si saboreara la palabra—. Casi te hacés mucho pupa, nene.
No podía entender si me estaba protegiendo o amenazando, pero lo siguiente que dijo aclaró algo:
—La dama blanca castigó a los abuelos de la mitad de los que están acá.
Dejó caer esas palabras como una piedra en un pozo. Después, sacó una tarjeta arrugada de su bolsillo y me la entregó.
—Santería en Belgrano. A la luz del día, encontrame allí. —Antes de irse, me dio una nalgada que resonó más por la sorpresa que por el golpe—. Este es mío, ¿eh? —gritó, entre las risas contenidas de algunos curiosos.3 de febrero, 3:15 p.m.
Santería “A la Luz del Día”. Al entrar, el ambiente cambió drásticamente. Era un lugar pequeño, cargado de sahumerios y velas que parpadeaban en todas las esquinas. La anciana, ahora con el aspecto de una abuelita inofensiva, me recibió con una sonrisa amable. Si no la hubiera conocido ayer, la habría confundido con la dueña de una pastelería.
—Tomá asiento, nene —me dijo, señalando una silla junto a una mesa cubierta de amuletos y piedras—. Ahora sí podemos hablar.
Durante la siguiente hora, me habló de Isadora Luna, pero no como la mujer que los registros históricos describen. Según la anciana, Isadora fue una figura temida entre las comunidades de la magia negra, una erudita que manipulaba fuerzas que ni el ejército podía comprender del todo. La llamaban “la dama blanca” porque, aunque su sangre era diaguita, su aura y sus conocimientos la alejaban de cualquier identidad común. Fue responsable de detener amenazas más grandes de lo que la historia oficial ha querido reconocer, pero no sin consecuencias.—Lo que ella sabía —dijo la anciana, clavando sus ojos en mí—, no era para cualquiera. La mitad de lo que tocó se convirtió en maldición para otros. Y ahora vos querés andar desenterrando todo eso. ¿Por qué?
Le respondí que buscaba la verdad. Ella se rió como si hubiera escuchado esa respuesta antes.—La verdad es un fuego, nene. Calienta, pero también quema. Cuidado con lo que pedís.
Antes de despedirme, me entregó un pequeño amuleto de piedra negra.
—Por si te metés en más líos. No te salvará, pero tal vez te dé un respiro.
No pude evitar preguntarme si ese amuleto era una protección o una maldición, lo tiré en la siguiente esquina, no había necesidad de arriesgar demas.
Pero la pregunta flotaba en el aire. ¿Que clases de males enfrentaba la dama blanca? ¿Que la hacía tan temible? Quizás algún día lo descubra.




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