Diario de Eugenio Robles 38: Una visita al bosque

Una visita al bosque

 12 de febrero de 2024


Las noches en La Pampa tienen un silencio inquietante, un silencio que no está vacío, sino cargado, como si el aire mismo contuviera secretos. Llegué al pequeño pueblo sin nombre hace dos días, y ya las historias comienzan a aflorar, retazos de conversaciones que los ancianos guardan celosamente, fragmentos de miedo envueltos en supersticiones.

El primer indicio apareció cuando me acerqué a un grupo de jóvenes que trabajaban en una estación de servicio a las afueras. Comenté, como quien no quiere la cosa, sobre el “bosque maldito” al sur. Las risas incómodas y los cambios de tema fueron suficientes para saber que había tocado una fibra sensible. No tardaron en señalarme al bar local, donde un hombre llamado Ricardo supuestamente sabía algo que no debería.

Ricardo, un hombre de rostro curtido y ojos que parecían haber visto mucho, me recibió con una mezcla de desconfianza y resignación. Le bastó una ronda de ginebra para empezar a hablar. Según él, las desapariciones en el bosque no son un mito. Los últimos casos datan de hace menos de un año: un par de cazadores que jamás regresaron y un investigador que, como yo, buscaba respuestas y terminó perdiéndose en el laberinto de árboles.

“No es el bosque, es lo que lo protege,” dijo Ricardo con una voz baja, casi como un susurro. Según su relato, hay una fuerza que vela por ese lugar, algo que no tolera la intrusión. Dicen que quienes se adentran demasiado encuentran algo más que árboles: un destello blanco, una figura que parece surgir de entre la niebla.

No soy alguien que se deje intimidar fácilmente, pero entrar a ese bosque al día siguiente me costó más esfuerzo del que esperaba. El aire era pesado, cargado con un olor a tierra húmeda y algo más... un leve rastro de ozono que no tenía razón de estar allí. Caminé durante horas, atento a cada crujido, a cada sombra que parecía moverse más de lo que debería.

Y entonces lo vi.

No fue una figura, ni un destello, sino los restos de algo que había sido cuidadosamente escondido del mundo. En un claro, encontré lo que parecían ser los vestigios de un ritual: velas apagadas recientemente, símbolos grabados en la tierra y un altar de piedra cubierto de musgo. Pero lo más inquietante era la sensación, una presencia invisible que me observaba, que me evaluaba. Entonces un destello de unos ojos en la maleza , unos ojos amarillos y llenos de sabiduría. O eso me pareció, quizás los imaginé, quizás el bosque me devolvió la mirada por un segundo.

Esa noche, de vuelta en el pueblo, todo parecía más claro. Lo que había en el bosque no era simplemente una leyenda. Era real, y alguien o algo había estado protegiéndolo durante más de un siglo. Pude sentirlo en la forma en que los árboles se cerraban tras de mí, en cómo el viento se detenía en el momento justo para escuchar el silencio. Y en esos ojos que miraron mí alma.

La gente del pueblo nunca habló de enfrentamientos directos, pero mencionaron cambios abruptos en la naturaleza. Hubo incendios que comenzaron sin motivo y se extinguieron igual de rápido, animales que se comportaban de manera extraña y una calma súbita después de cada tormenta. Señales, todas ellas, de que algo más grande que nosotros se pasea en esos parajes.

No puedo afirmar que haya sido testigo de algo paranormal, pero las huellas están allí.

Para el resto del mundo, estos eventos seguirán siendo simples anécdotas, sombras en la periferia de nuestra realidad. Pero yo sé lo que vi, y aunque no puedo desvelar mucho más, puedo contar las cicatrices que dejan en el paisaje.

Este país guarda secretos que muchos preferirían olvidar. Yo, en cambio, continuaré buscando.

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