El cierre del portal
18 de febrero de 2024
La noche pesa diferente cuando el mal tiene un rostro tangible. Estoy en una pequeña habitación de hotel, escribiendo bajo la tenue luz de una lámpara que parpadea intermitentemente. Mi mente no puede apartarse de lo que presencié en la Catedral de La Plata. Aún siento el frío de esas alturas, escondido entre las sombras del coro, observando cómo el infierno se asomaba al mundo.
Todo comenzó con rumores, susurros en los pasillos del mercado negro de San Telmo. Había una secta que se hacía llamar “Los Hijos de la Oscuridad”, un grupo de fanáticos que creían que su destino era traer al Anticristo al mundo. Al principio, sonaba como otra historia absurda, otro grupo de locos jugando con símbolos antiguos que no comprenden. Pero cuando llegué a La Plata y vi los preparativos, supe que esta vez era diferente.
La Catedral, majestuosa y solemne, había sido transformada en un teatro macabro. Una estrella de cinco puntas, dibujada con sangre todavía fresca, marcaba el centro del altar. Alrededor, cánticos en una lengua antigua resonaban, distorsionados por las paredes góticas. Había velas negras, y en cada punta de la estrella, un símbolo que reconocí de antiguos textos: eran sellos de invocación.
Desde mi posición, pude observar cada detalle. Los cultistas, vestidos con túnicas negras, movían sus manos en gestos precisos, trazando en el aire figuras invisibles. Pero lo que más me inquietó fue el libro. Un tomo enorme, encuadernado en piel oscura, descansaba sobre un atril en el centro de la estrella. Sus páginas parecían pulsar con una energía propia, como si el libro mismo respirara.Y entonces los vi. Llegaron como sombras, moviéndose con precisión milimétrica. Agentes de la Operación Nocturna, vestidos de negro, armados y con una determinación ferrea. Si bien en mis primeros encuentros los habia visto, hoy a la luz de las velas y desde una posición privilegiada puedo decir que son profesionales.
Desde las alturas, observé cómo se infiltraban sin ser vistos. Uno por uno, desactivaron los sellos de invocación, reemplazándolos con talismanes que destellaban una luz azul tenue. Era un juego de ajedrez en tiempo real, una batalla entre la oscuridad y la luz, librada en completo silencio.
Cuando el líder de la secta levantó el libro y comenzó a recitar las palabras finales, su voz se llenó de un poder que no era humano. Me recordó mi intento de crear un enlace con el más allá y lo poderoso que me sentí. El aire en la catedral se volvió denso, cargado con una energía que hacía vibrar los muros. Pero justo cuando el portal comenzó a abrirse—un círculo negro que parecía absorber toda la luz a su alrededor—la operación alcanzó su clímax.
Uno de los agentes, el más alto, lanzó un artefacto que explotó en un destello cegador. El círculo negro tembló, se contrajo y fue absorvido por los 5 talismanes perdiendose en su luz azul. Los cultistas gritaban, algunos caían al suelo inconscientes. Con precisión quirúrgica, la organización desmanteló el ritual. Cada sello, cada símbolo fue destruido, y el libro confiscado.
Desde mi escondite, sentí una mezcla de terror y admiración. Por primera vez, vi a Operación Nocturna en toda su gloria. No eran simplemente cazadores de mitos; eran guardianes, soldados de una guerra invisible que pocos conocen.Cuando todo terminó, la catedral volvió a su silencio solemne. Los agentes desaparecieron tan rápido como llegaron, dejando solo un altar limpio y un eco de lo que podría haber sido. Al día siguiente, los periódicos locales reportaron un incidente menor: “Vandalismo en la Catedral de La Plata”. Nadie mencionó la estrella, ni los cánticos, ni el portal.Pero yo sé la verdad. Fui testigo de cómo el mundo estuvo al borde del abismo y de cómo, en la oscuridad, un grupo de valientes devolvió el equilibrio. En mis palabras dejo un recordatorio de que hay quienes luchan en las sombras para que nosotros podamos caminar bajo la luz.
La Catedral de La Plata volverá a ser un lugar de fe y esperanza, pero yo nunca olvidaré lo que ocurrió allí esa noche.



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