Diario de Eugenio Robles 44: Bienvenida a la francesa

Bienvenida a la francesa

12 de marzo de 2024


El avión aterrizó con una sacudida brusca. Aún me dolían las piernas tras un vuelo demasiado largo y un asiento poco generoso. París me recibió con un cielo grisáceo, casi indiferente, pero no me importó. Había venido en busca de respuestas, y según mis contactos, esta ciudad guardaba una pieza clave en el rompecabezas que se llama Teniente Ignacio Cruz.

Mientras caminaba hacia la salida del aeropuerto, una figura destacaba entre la multitud. Juliette, mi intérprete, levantaba un cartel con mi nombre mal escrito. Tenia una sonrisa amplia, sincera, de esas que desarman las primeras impresiones y tienden a borrar la tensión. Su piel morena contrastaba con los rizos castaños que caían en desorden calculado alrededor de su rostro, y un aro entre sus fosas nasales añadía un toque de rebeldía.

—Monsieur Robles, bienvenido a París. Espero que el vuelo no haya sido demasiado terrible—dijo con un tono que tenía una calidez que delataba su origen argentino.

Respondí con un asentimiento y una sonrisa apenas perceptible. Juliette no era lo que esperaba, y eso me desconcertó un poco. Había imaginado a un intérprete más neutral, quizás alguien mayor, con la actitud rígida de un funcionario y la barriga del trabajo de oficina. Pero ella parecía… bueno, diferente.

Mientras salíamos del aeropuerto, me habló de la ciudad, mezclando datos históricos con pequeñas anécdotas personales. Su voz tenía un ritmo hipnótico, como si cada palabra fuera cuidadosamente elegida para mantener la atención. Algo en su andar confiado y en la manera en que sus ojos se iluminaban al mencionar ciertos lugares me decía que Juliette disfrutaba mucho viviendo en Paris.

El coche que nos llevaba al hotel era cómodo, pero el tráfico de París se encargaba de recordarme que la paciencia es un arte. Durante el trayecto, Juliette me explicó el itinerario: mañana nos reuniríamos con un historiador local que había encontrado documentos relacionados con Cruz y pasado mañana nos encontraríamos en el archivo de la Legion Extranjera para revisar algunos documentos. No podía evitar preguntarme por qué el nombre de Cruz resonaba tanto en esta tierra lejana.

—¿Qué es lo que más le intriga del Teniente Cruz? —preguntó de repente, girándose hacia mí con una expresión de genuino interés.

Le devolví la mirada, intentando medir sus intenciones. —Es un hombre que aparece y desaparece de la historia como un fantasma. Y las historias de fantasmas me interesan últimamente.

Juliette asintió, con sus ojos llenos de suspicacia. —Entonces París es el lugar perfecto para usted. Esta ciudad está llena de sombras que nunca desaparecen del todo.

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire mientras miraba por la ventana. Las calles de París pasaban lentamente, y cada edificio parecía cargado de historias. Me pregunté cuántas de esas historias podrían conectarse, de alguna manera, con Cruz.

Finalmente llegamos al hotel. Era más elegante de lo que esperaba, un lugar que claramente excedía mi presupuesto habitual. Mientras el portero se encargaba de mi equipaje, Juliette se aseguró de que todo estuviera en orden con la recepción. Observé su eficiencia, su facilidad para manejar la situación, y sentí una extraña mezcla de tranquilidad y alerta.

Al despedirnos en el vestíbulo, Juliette me ofreció otra de esas sonrisas que parecían iluminar incluso el rincón más oscuro del alma.

—Descanse, monsieur. Mañana será un día largo, pero prometo que no le decepcionará.

La observé alejarse, sus rizos saltando ligeramente con cada paso. Algo en su forma de moverse, en la manera en que manejaba cada interacción, me recordó que siempre hay más de lo que se ve a simple vista. París me esperaba con sus secretos, y ahora tenía una aliada inesperada para desentrañarlos.

Encendí un cigarrillo en la ventana de mi habitación, dejando que el humo se mezclara con el aire frío de la noche. Había venido por respuestas, pero ya sentía que este viaje iba a ofrecerme algo más. ¿Qué tan profundo estaría dispuesto a escarbar esta vez?

Con esa pregunta en mente, apagué el cigarrillo y me preparé para lo que vendría.


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