Diario de Eugenio Robles 46: La sombra espectral de Marne

 La sombra espectral de Marne

13 de Marzo de 2024


—Tengo algo más para usted —dijo sin volverse, mientras sus dedos recorrían los lomos de los tomos—La historia de Marne, 1917. Cruz volvió a aparecer en uno de los momentos más oscuros de la historia francesa.

El historiador habló con una reverencia casi palpable cuando mencionó Marne. Había algo en su tono, una mezcla de orgullo y temor, como si cada palabra que compartía cargara un peso invisible. Nos sentamos en la misma biblioteca, el ambiente impregnado de un silencio expectante. Él sostenía un libro encuadernado en cuero, cuyas páginas amarillentas parecían susurrar historias de otra época.

—Marne fue un campo de sombras, señor Robles—comenzó, acariciando la cubierta del libro con la mano—. No fue solo un campo de batalla. Fue un crisol de horror. Los soldados franceses luchaban no solo contra el enemigo alemán, sino también contra algo que no podían explicar.

Me incliné hacia adelante, mi libreta lista. El historiador continuó, su voz grave y medida.

—Comenzó con susurros en las trincheras. Soldados que decían ver sombras moverse en la niebla, incluso en noches claras. Luego vinieron los sueños, pesadillas compartidas entre hombres que no habían intercambiado una palabra. Un capitán informó que su escuadrón entero despertaba gritando al unísono, todos mencionando el mismo nombre: Le spectre des tranchées.

—¿Un espectro? —pregunté, tratando de mantener mi escepticismo.

El historiador asintió.

—Las bajas por comportamiento errático comenzaron a aumentar. Algunos soldados se adentraban solos en la tierra de nadie, murmurando que debían "apaciguar a la sombra", otros, bueno, recurrian a practicas más permanentes e inmediatas. El ejército francés, desesperado, recurrió a la ayuda de alguien con experiencia en fenómenos paranormales. Ignacio Cruz fue llamado.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Cruz, ahora ya no era un participe casual, el ejercito frances lo mando a llamar, quiere decir que tenian una forma de comunicarse con él.

—Llegó al frente como un asesor, oficialmente. Pero lo que hizo fue mucho más. Se dice que estudió los patrones de los sueños, las ubicaciones de los avistamientos y las áreas donde la moral estaba más quebrantada. Finalmente, identificó el epicentro de la actividad: una sección abandonada de las trincheras, marcada por años de sangre y sufrimiento.

El historiador hizo una pausa para beber un sorbo de té, dejándome digerir la magnitud de lo que acababa de escuchar.

—La noche del ritual fue una de las más frías de ese invierno. Cruz reunió a un grupo selecto de soldados y, según los registros no oficiales, realizó un ritual antiguo, que combinaba velas y aceites traidos de la india. Nadie sabe exactamente qué hizo; los informes oficiales solo mencionan que "se llevaron a cabo medidas extraordinarias para garantizar la estabilidad moral". Pero lo que es claro es que, después de esa noche, los susurros cesaron, los sueños perturbadores desaparecieron y la moral en esa sección del frente mejoró notablemente.

—¿Y qué fue del espectro? —pregunté.

El historiador me miró fijamente, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de curiosidad y respeto.

—Algunos dicen que Cruz logró desterrarlo, enviándolo de vuelta al reino de donde vino. Otros creen que lo selló en algún lugar del campo de batalla, donde permanece hasta hoy. Lo cierto es que su acción salvó no solo a los hombres bajo la bandera francesa, sino también a todo un frente. Por eso recibió la Cruz de Guerra con palma, un honor reservado para los actos de valor más excepcionales.

Dejó el libro en la mesa, señalando un pasaje marcado con un pequeño marcador de tela. Lo leí en silencio. Descripciones vagas, palabras cuidadosamente elegidas para no desatar el pánico entre las generaciones futuras. Pero la esencia estaba allí: Ignacio Cruz no solo fue un soldado. Fue un guardián, un cazador de sombras en un mundo que no estaba preparado para enfrentarlas.

Cuando levanté la mirada, el historiador ya estaba buscando otro tomo en sus estanterías.

—Esto es solo una parte de su historia —dijo sin volverse

Me levanté, cerrando mi libreta. La imagen de Cruz, solo en las trincheras, enfrentando una entidad que se alimentaba del miedo, se grabó en mi mente. París no había terminado de hablar. Y yo, cada vez más sumido en las sombras de la historia, no podía evitar sentirme fascinado y aterrorizado a partes iguales.

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