Diario de Eugenio Robles 47: La sombra inmortal de Argelia

La sombra inmortal de Argelia

23 de Marzo de 2024


La voz del historiador se tiñó de un tono casi teatral cuando mencionó el año 1906. Sus dedos acariciaban las páginas de un grueso volumen lleno de registros militares, como si de alguna manera pudiera invocar las sombras del pasado con solo tocarlas.

—Argelia, 1906 —comenzó—. La colonia era un hervidero de conflictos. Bandas de bandidos acechaban las rutas comerciales y asaltaban pequeños fuertes de la Legión Extranjera. Pero este grupo en particular… eran diferentes.

—¿Diferentes? —pregunté, levantando la ceja.

El historiador asintió, ajustando sus lentes con un aire de gravedad.

—Se decía que no podían morir. Los relatos de los supervivientes hablaban de hombres que seguían luchando incluso después de recibir disparos letales. Algunos decían haber visto cómo se levantaban de entre los muertos para seguir atacando. La Legión estaba al borde del colapso. Fue entonces cuando Ignacio Cruz, oficialmente un consultor en seguridad, apareció en escena.

La familiar sensación de curiosidad y expectación se apoderó de mí. La presencia de Cruz significaba que había más de lo que los informes oficiales dejaban entrever.

—Cruz había estado en la región por motivos no del todo claros. Lo que sí sabemos es que tomó interés en estas bandas. Siguiendo su rastro, llegó a un pequeño fuerte de la Legión, que ya había sido atacado dos veces sin éxito. Allí, convenció al comandante de permitirle planear una trampa.

El historiador hizo una pausa, como si el peso de lo que estaba a punto de decir requiriera de un momento de reflexión.

—El plan fue arriesgado. Cruz sabía que los bandidos atacarían de nuevo. En lugar de reforzar las defensas, propuso dejar el fuerte aparentemente vulnerable. Cuando el ataque comenzó, él y un grupo selecto de legionarios dirigieron a los bandidos dentro del fuerte, gritando y disparando sus armas al aire, asegurándose de que todos los hombres fueran acorralados. Una vez que estuvieron dentro, Cruz dio la orden de incendiar el lugar.

El silencio en la habitación era casi tangible. Me imaginé las llamas devorando las estructuras de madera, el humo denso y el caos. Pero había algo que no encajaba.

—¿Por qué el fuego? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

El historiador me miró con una mezcla de respeto y precaución.

—No hay registros oficiales de lo que Cruz encontró entre los restos. Pero algunos informes confidenciales hablan de cuerpos que mostraban signos de descomposición. Otros mencionan símbolos grabados en las paredes interiores del fuerte, símbolos que la Legión ordenó destruir junto con lo que quedaba del edificio.

El relato era un rompecabezas incompleto, y cada pieza parecía llevarme más lejos de cualquier conclusión racional. Pero una cosa era clara: Cruz había enfrentado algo más que simples bandidos.


—Recibió la Cruz de Guerra por esa operación —continuó el historiador, cerrando el libro con un suspiro—. Oficialmente, por su valentía y por salvar la región de un grupo de criminales implacables. Pero los que conocemos la historia más íntimamente sabemos que salvó algo mucho más valioso: el equilibrio entre lo que los hombres pueden entender y lo que no.

Juliette termino de traducir sus últimas palabras, mientras tomaba mis notas finales, no pude evitar sentir una mezcla de admiración y desconcierto. La línea entre héroe y mito se desdibujaba cada vez más con Cruz. ¿Qué clase de enemigo había enfrentado en Argelia? ¿Y qué otros secretos yacen enterrados, esperando a ser desenterrados por aquellos lo suficientemente audaces o insensatos como para buscar?

El historiador comenzó a buscar otro volumen en su vasta colección, pero mi mente ya estaba lejos, perdida en las arenas de Argelia, donde un fuerte ardía bajo la luna, consumiendo no solo cuerpos, sino verdades que quizás nunca saldrán a la luz.

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